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Así fue como me enteré de que mi tío José estaba muerto.


    Así fue como me enteré de que mi tío José estaba muerto. Estaba en mi sofá comiendo nachos con guacamole y viendo el Villarreal-Real Sociedad. En el descanso del partido miré el móvil y había un mensaje de mi madre. Me decía que el tío José estaba muerto. El tío José era el tío de mi madre, o sea que era en realidad mi tío abuelo. Llevaba sin verle ocho o nueve años y mi recuerdo de él era el de un hombre alto, gordo y calvo que bebía y comía mucho, hablaba muy alto y te saludaba con un golpe con la mano abierta entre las dos escápulas. No era un hombre muy agradable, pero le tenía cariño.


    No me puse triste por su muerte. De hecho seguí comiendo nachos y ni siquiera contesté al mensaje. Cuando empezó el partido otra vez, el comentarista dijo algo que me recordó a mi tío recientemente muerto. Pensé en que cuando haces algo en tu vida lo suficientemente importante para tí, como morirte, esperas que a todo el que te rodea le parezca igual de importante. Seguro que para mi tío este acontecimiento le ha parecido bastante determinante pero yo he seguido comiendo nachos con guacamole. En mis diecinueve años de vida he llegado a hacer cosas que me han parecido muy importantes. Pequeños avances cómo escribir un relato o ganar un premio, y seguramente la mayoría de las personas que conozco ni siquiera han pensado un segundo sobre ello. Alomejor cuando me muera alguien llega a pensar “qué putada” y poco más. Puede que ni siquiera eso. Y no me voy a poner a llorar ahora por mi tío José, el hombre ya estaba muy viejo y tenía que morirse, pero qué putada.


    Y es que tener que morirse es una putada. Muchas películas y muchas personas hablan de morir en paz, de alivio, de ascensión al cielo y cosas así. Todo eso son gilipolleces para hacernos sentir mejor. Nadie habla de que los casi-muertos, en los minutos antes de morir, se cagan y se mean encima de puro terror. Ves durante toda tu vida a gente que muere y muchas veces hablas de muertos y de matar, pero cuando llega te acabas cagando en los pantalones. Y el más ateo cree en Dios para a ver si de alguna forma puede llegar a otro sitio, para conseguir una vida extra o algo así. Supongo que hasta los Papas y los Santos al morir se asomaron al acantilado y dudaron si al saltar iba a haber un cielo y un infierno o solamente vacío. Y la mayor broma es que es completamente imposible de saber. Mediums, apariciones, iluminados, ángeles, psicofonías, luces al final del túnel, metafísica, reencarnación en un perro. Cuánta imaginación.


    Es como si pasáramos toda la vida en la cola de un tobogán en un parque acuático. Subes con los amigos y cuando llegas arriba les ves meterse por el agujero y les oyes gritar, pero no ves si han llegado al otro lado y si están bien o no. Luego el socorrista te dice que es tu turno y a ti se te suben los huevos a la garganta, pero bueno, habrá que tirarse.


    ¿Y qué hago yo ahora con toda esta información? Nadie me va a decir que esto no es verdad, a no ser que mi tío José se me aparezca ahora como un fantasma y charlemos un rato. Pero qué hago ahora. ¿Sigo comiendo nachos o me tumbo en la cama a llorar? Tendría que estudiar. Mejor acabamos el partido.


Pero antes de olvidarme de todo esto me quedo más tranquilo sabiendo que la muerte de mi tío José me ha llevado a escribir esto, por lo que como yo no soy nadie especial, puede que alguien llegue a escribir algo así sobre mi muerte. Y eso, quieras que no, reconforta.

Pedro
Ramírez
Pe

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