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Desagüe

    
    El tipo de desagüe sobre el que voy a escribir no es de esos que puedes encontrar en exteriores, como los de las calles o patios interiores, que sirven para canalizar el agua de lluvia y prevenir de incómodas inundaciones. Hablaré pues del que se encuentra en el interior de las duchas y bañeras y cuya función es deshacerse del agua que sirve para lavar el cuerpo de la gente que disfruta de estos lujos, integrados en la vida de cualquier persona del mundo civilizado. Me contradigo, pues sí creo interesante (aunque irrelevante para el desarrollo posterior) hacer una pequeña observación que versará sobre un desagüe exterior en concreto. En un reciente viaje a Roma pude ver en el foro (creo), uno muy bellamente decorado con motivos florales, integrado en el pavimento urbano. Eso me hizo reflexionar sobre el hecho de que la sociedad romana de la época era tan evolucionada que, en lugar de preocuparse por hacer llegar agua y comida a los hogares, podía dedicarse a embellecer la ciudad. En ese momento podía comprender que este esfuerzo adicional se dirigiera a la creación de esculturas que honraban personalidades, a templos u otros edificios, pero tengo que reconocer que ese desagüe me descolocó. Es la aparente falta de importancia de este elemento unida a la maestría, empeño y belleza que alguien ha dedicó en él en una civilización del mundo antiguo lo que me hace recordarlo el día de hoy.

    Ahora bien, este tipo de decoración urbana o doméstica resultan cotidianas a día de hoy, por lo que me centraré esta vez en el sentido de este objeto de la cotidianeidad. Tiene la función de dejar pasar el agua y no dejar pasar otras cosas que pudieran ser de valor durante el aseo personal. Para ello, se compone de aberturas relativamente pequeñas. El de uno de los baños de casa de mis padres (que es, por extensión, también mi casa) tiene forma rectangular y muy alargada. Se podría decir de él que es como si a una plancha de metal le troquelaran multitud de cuadrados dispuestos de manera ordenada en cuatro o cinco filas, y que cubren toda la extensión de dicha plancha. Sé que los hay de otros tipos pero yo hablo del que me ha impulsado a escribir esto. Pues bien, uno de los efectos secundarios de los desagües es que, junto con el agua, también puede dejar escapar ciertos objetos de pequeño tamaño. El mío, por ejemplo, no dejaría pasar una moneda de euro, pero sí la cuenta de una pulsera. Este efecto secundario puede no ser demasiado importante para las personas que tienen, entre sus objetos de valor, cosas de tamaño de una moneda o superior, y no cosas del tamaño de una cuenta de pulsera. Si las cosas que valoras son de ese tamaño y las llevas contigo en el momento de la ducha, este objeto debería provocarte terror. Es por esto que yo recomendaría encarecidamente que dejaras aparcado en cualquiera de los muebles del aseo ese objeto susceptible de desaparecer para siempre entre las fauces del temible desagüe. Pero ¿y qué pasa si lo que llevas contigo en el momento de la ducha es una cosa tan frágil e intangible como el amor por una persona, tu pasión por la escritura o una tóxica amistad (las cuales listo, basándome en mí mismo)? Esas cosas también pueden desaparecer por el desagüe si establecemos la ducha como principal y predilecto lugar de reflexión de la sociedad moderna. La suciedad que se va con el agua que utilizamos para limpiar nuestro cuerpo se asemeja mucho a las ilusiones, amores o, en definitiva, pensamientos, que pueden desaparecer con el agua jabonosa cuando lo que limpiamos en la ducha es nuestro interior. A veces los agujeritos resultan muy prácticos para dejar ir ciertos lastres que se esconden dentro de nosotros. Otras veces, el desagüe se alza como un monstruo cruel que te obliga a mirar mientras fagocita tus ilusiones más profundas. Esto último se debe, al igual que con las cuentas de la pulsera, únicamente a la falta de responsabilidad del portador. Por no saber cuidar lo que uno quiere. El desagüe es sólo un reflejo de tus acciones en tu vida fuera del paréntesis que supone una ducha caliente, en el que te puedes sentar en el suelo y darte cuenta de cómo algo que querías ya no volverá nunca. Siempre podrás contratar a un buen fontanero, pero la opción que resulta más exenta de dolor es que tu bien más preciado sea un Ferrari f40 del 87.

Pedro
Ramírez
Pe

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